30 abr 2011

Empezamos con las filias y fobias



No me gusta nada que el Papa vaya en Papa Móvil porque si Cristo hubiese tenido guardaespaldas no existiría el cristianismo. Y hablando de Cristo, decía Lenny Bruce (el irreverente y tristísimo cómico norteamericano) que si Cristo hubiese nacido en Texas en el siglo XX, y no en Jerusalén hace dos mil años, los cristianos llevaríamos sillas eléctricas colgadas del cuello

27 abr 2011

Yo tengo ideas para novelas y ella tiene ideas para la vida

Recuerdo perfectamente el día que te conocí. Podría llegar a olvidar los nombres de todas las personas que pasaron por mi vida, y te aseguro que fueron muchas a lo largo de mis 87 años, pero nunca el momento en que apareciste tú, lectora tímida y soñadora al encuentro literario de un escritor otoñal. Yo entonces tenía 63 años, ya era un señor mayor, y tu insultante juventud me hizo sentir algo mucho peor: un anciano. Podría haber sido tu padre y sin embargo, paradojas del destino, acabé convirtiéndome en tu marido, tu amante, tu confidente, tu amigo. Quizá algunas gentes no hayan comprendido nuestra relación, pero qué sabrán del amor quienes jamás lo conocieron. Y qué sería de nosotros los escritores si los sentimientos se pudieran entender como una simple operación aritmética. Todos somos libros cerrados, deseosos de que algún alma avisada tenga a bien leer en nuestro interior los versos más tristes y también los más bellos.
Recuerdo que aquella mañana de 1986 no me apetecía quedar con nadie. No estaba de buen humor, me había levantado con dolor de cabeza, y lo último que deseaba era tomar un café y charlar con una periodista ansiosa por conocer al escritor de un libro que le había gustado mucho, ‘Memorial del convento’. La atendería un rato, sería cortés con ella, y después de someterme a su interrogatorio me marcharía con alguna excusa convincente, porque uno ante todo siempre ha sido un caballero, y tampoco era cuestión de que regresara a Sevilla con una idea equivocada (o acertada) sobre mí. Pero las cosas en la vida rara vez suceden como prevemos, y ese día no fue una excepción. Pasaron los minutos, y las horas, y también mi dolor de cabeza, y mis prisas. Se paró el tiempo en mi corazón, pero no en el reloj. Dios mío, cuánto me hubiera gustado creer en ti para suplicarte que jamás terminara esa jornada. Me habría conformado con retrasar un par de horas la puesta del sol. La capital del fado, por primera vez en mucho tiempo, sonaba a canciones de amor con final feliz.


De esto hace ya 24 años. Hemos estado más tiempo juntos del que jamás pasarán la mayoría de parejas jóvenes, a pesar de quedarles toda la vida por delante. A mí, en cambio, ya sólo me queda la muerte. Pero nadie me podrá arrebatar la felicidad de haber compartido contigo tantos buenos momentos, en Lanzarote, en Lisboa, en Sevilla, en Estocolmo… ¿Te acuerdas de aquella tarde en Estocolmo?. Me sentí el hombre más afortunado del mundo por tenerte a mi lado durante la recogida de un premio cuyo nombre, como todos menos el tuyo, también podría olvidar. Ya escribí que los nombres sólo sirven para etiquetarnos, limitarnos y alienarnos, cuando en verdad somos inclasificables, infinitos y únicos, como lo son los buenos amores. Como lo es también el nuestro. Un amor que nació el día que te conocí sin quererte conocer, y que jamás podrá morir porque jamás lo podré olvidar. Jamás me perdonaría olvidar a aquella mujer que apareció en mi vida cuando ya a nadie esperaba, para convertirse en el punto de apoyo que volvió a mover mi mundo. Sempre te amarei.
José Saramago